EL BÉLEN O EL «PESEBRE»
Segunda parte
El origen del Belén (otros lo llaman «el pesebre») se le atribuye a Francisco de Asís. Cuentan que celebró en un establo del bosque de Graccio, Italia, un culto de Navidad. Sirviéndose de un pesebre, Francisco improvisó un altar, mientras hombres y mujeres hacían el papel de José, María y los magos en presencia de animales. Esta representación fue luego a las iglesias y finalmente a los hogares. Su apelativo fue que este drama salía directamente de la Biblia y no de los mitos paganos.
En el siglo IV, empezaron a representarse plásticamente personajes bíblicos, con la inseparable imagen del buey, la vaca y el asno. Interesantemente, el simbolismo no terminó con representaciones reales o imaginarias del pesebre. Gradualmente se añadieron nuevas costumbres que no tenían nada que ver con la historia bíblica.
PAVOS Y GALLOS
Antes del descubrimiento de América, las celebraciones religiosas, se hacían con la inmolación de gallos y gallinas. (En el Japón, hace siglos, el gallo era adorado, y los chinos lo situaron en el décimo lugar de los signos del zodiaco, dándole el nombre de «Ki», que significa «buen augurio».) En el siglo VIII, se creía que el gallo era portador de presagios y la gallina propiciadora de abundancia. Por eso estos animales fueron los preferidos de Navidad y Año Nuevo.
Los conquistadores se llevaron esta creencia al Nuevo Mundo, pero allí hallaron un animal plumífero de mayor tamaño, y lo consideraron inmediatamente. El pavo, no obstante, no fue plato navideño hasta mucho después que Hernán Cortés lo trajera de América; el pavo pasó rápidamente a ser al plato fuerte de las celebraciones religiosas: el Día de Acción de Gracias en EE.UU., y la Navidad europea.
EL ÁRBOL DE NAVIDAD
El abeto —árbol de hoja perenne— con ramas cubiertas de hojas alternas, todas semejantes, apalancas y mucho más cortas que los pinos, es el árbol de Navidad. Los nórdicos de antaño acostumbraban a sembrar tal árbol frente a sus casas, lo que constituía un símbolo de la inmortalidad.
Se cree que la costumbre de colocar el árbol en Navidad nació en Alemania en el siglo VIII. De su origen, se cuenta que fue San Bonifacio, un misionero británico nacido en 680, quien lo consagró como símbolo de estas fiestas. Bonifacio (llamado «apóstol de Alemania») en un sermón de Navidad, estaba empeñado en convertir a unos druidas1 que idolatraban a los robles. Para obtener el necesario golpe de efecto, derribó uno de esos árboles ante los asombrados ojos de ellos con tan buena fortuna que la caída del roble aplastó todo vegetal que se encontró a su paso, menos un pequeño abeto, al que San Bartolomé llamó desde entonces «árbol del Niño Jesús», con lo que la tradición estaba servida.
La costumbre fue colgar dulces en sus ramas para los niños.
En el siglo XVI, se cuenta que Martín Lutero, regresando a su casa una Noche Buena, vio las hojas de un abeto maravillosamente reflejar las estrellas. Fue tan impresionado que lo cortó, y lo llevó a su casa. Lo iluminó con velas, para que sus hijos pudieran apreciar el espectáculo. Así comenzó la práctica de iluminar los arbolitos en la época de Navidad.
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