
¿Cómo seremos en el cielo?
En el momento de la muerte física, el alma se separa del cuerpo y entra de inmediato a la presencia del Señor. Miremos una vez más las palabras de Pablo en 2 Corintios 5:8, que dice: "Así que nos mantenemos confiados y preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor". El alma en el cielo se perfecciona en santidad y desaparece por completo nuestra antigua naturaleza pecaminosa. Como se señaló anteriormente, Hebreos 12:23 menciona "los espíritus de los justos que han llegado a la perfección". Los espíritus de los santos están en el cielo y han llegado a la perfección. La lucha contra el pecado que describió Pablo y en la cual participan todos los cristianos finaliza para siempre cuando, después de la muerte, entramos en nuestra condición glorificada.
No permaneceremos en el reino de los cielos como alma sin cuerpo. En el tiempo establecido por Dios habrá una resurrección final donde el espíritu se unirá al cuerpo resucitado. Si bien varían las opiniones de los cristianos con respecto a cuándo se producirá esta resurrección, todos estamos de acuerdo con respecto a la resurrección del cuerpo. ¿Qué apariencia tendrá el cuerpo resucitado? Filipenses 3:20, 21 dice: "Somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso". 1 Juan 3:2 promete: "Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es".
A partir de estos dos pasajes sabemos que nuestros cuerpos glorificados serán como el de Cristo. No seremos deificados, sino que nuestros cuerpos tendrán las mismas cualidades que el cuerpo resucitado de Jesús. Nuestros cuerpos celestiales serán nuestros cuerpos terrenales glorificados. El cuerpo de Cristo que murió en la cruz era el mismo que resucitó. Su cuerpo glorificado pudo pasar a través de las paredes, aparecer repentinamente, y ascender a los cielos.
2 Corintios 5:1 nos dice: "Tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas". Las manos de Dios formarán el cuerpo resucitado. Según dice 1 Corintios 15:39, 40, 42b, 43:
No todos los cuerpos son iguales: hay cuerpos humanos; también los hay de animales terrestres, de aves y de peces. Así mismo hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero el esplendor de los cuerpos celestes es uno, y el de los cuerpos terrestres es otro. . . Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Al responder a los que desprecian la resurrección, Pablo explica que nuestros cuerpos celestiales tendrán diferencias con nuestros cuerpos terrenales. Serán cuerpos encarnados, pero tan distintos de nuestros cuerpos terrenales como lo son nuestros cuerpos de los de los animales.
Podemos concluir además que, como una semilla, el cuerpo será sembrado o enterrado y que algún día volverá a la vida. Se entierra en muerte, corrupción, debilidad y deshonor. Al resucitar será cambiado desde todos los puntos de vista. Resucita imperecedero, glorioso, poderoso y espiritual. Entonces tendremos cuerpos eternos, permanentes y perfeccionados.
También mantendremos nuestra identidad. En Lucas 16:23, Lázaro, el hombre rico, y Abraham retuvieron todos su identidad. Llegará el día en que ya no tendremos que enfrentarnos a la debilidad del pecado, la enfermedad, la vejez. Hay un gran futuro por delante para los que están en Cristo.
¿Qué haremos en el cielo?
¿Qué haremos en el cielo durante toda la eternidad? Algunos se imaginan jugando al golf eternamente, mientras que otros imaginan santos flotando en las nubes con arpas de oro. Si bien son pensamientos agradables, no llegan a vislumbrar el glorioso futuro que les espera a los que están en Cristo. Sabemos relativamente poco sobre las actividades que tendrán lugar en el cielo ya que sólo se nos ofrece un breve pantallazo de nuestra vida venidera. En primer lugar, el momento que los santos de todos los tiempos esperan ansiosos es encontrarse cara a cara con el Señor al que han servido. Este será el primer y más grandioso momento después de la muerte física. A partir de allí disfrutaremos de la "koinonia" y la comunión en su presencia durante toda la eternidad.
En segundo lugar, nuestra vida en el cielo implica adoración. Tenemos una clara descripción de esto en Apocalipsis 19:1-5:
Después de esto oí en el cielo un tremendo bullicio, como el de una inmensa multitud que exclamaba: "¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, pues sus juicios son verdaderos y justos..." Y volvieron a exclamar: "¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos." Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y dijeron: "¡Amén, Aleluya!" Y del trono salió una voz que decía: "¡Alaben ustedes a nuestro Dios, todos sus siervos, grandes y pequeños, que con reverente temor le sirven!"
Como el bullicio de una gran multitud, llegan las alabanzas de los santos de todos los tiempos. Hace un tiempo los hombres de nuestra iglesia describieron la experiencia de cantar un himno, "Cuán grande es Él" en una conferencia de un grupo denominado Promise Keepers [Cumplidores del pacto]. No tenían palabras que pudieran describir con precisión tan sublime experiencia. Su mejor intento por ponerlo en palabras fue: "¡Impresionante! ¡Simplemente impresionante!". ¿Pueden imaginarse entonces lo que será cuando cantemos "Santo, Santo, Santo" junto con los santos de todos los tiempos en la presencia de Dios? Nuestra adoración aquí en la tierra es la preparación para nuestra gran adoración futura en el cielo.
En tercer lugar está el aspecto del descanso. El descanso celestial aquí no implica una cesación de nuestras actividades, sino la experiencia de llegar a una meta de crucial importancia. El escritor de Hebreos 4:9, 10 dice, al hablar al pueblo de Dios: "Por consiguiente, queda todavía un reposo especial para el pueblo de Dios; porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas". El cielo es la meta final que alcanzamos después de nuestro peregrinaje aquí en la tierra. Descansaremos de nuestros sufrimientos y esfuerzos contra las enfermedades, la carne, el mundo y el diablo.
En cuarto lugar serviremos al Señor. Lucas 19:11-27 enseña una parábola sobre la mayordomía. Los siervos juiciosos que multiplicaron los talentos del maestro recibieron autoridad sobre diez y cinco ciudades. Apocalipsis 22:3 nos dice: "El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán". En 1 Corintios 6:3 Pablo reprende a los cristianos carnales que no pueden solucionar las diferencias entre ellos y les pregunta: "¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos?". En Apocalipsis 3:21 el Señor Jesús promete: "Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono". Aparentemente tendremos autoridad sobre una esfera del reino eterno de Dios. La cantidad que recibamos dependerá de nuestra fidelidad a él en esta tierra.
En quinto lugar, experimentaremos comunión con Dios y con los que nos rodean. Una de las experiencias más dolorosas es la despedida. Ya sea que un ser querido se traslade a otro lugar, o que muera, siempre implica dolor el decir adiós. El cristiano tiene la esperanza de saber que nuestras despedidas no serán para siempre. Algún día volveremos a encontrarnos, y esta vez nunca más volveremos a despedirnos. ¡Lo que encontrará el creyente después de la muerte es un futuro glorioso imposible de imaginar en todas sus dimensiones!
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